“La vida solo puede ser comprendida hacia atrás. Pero debe ser vivida hacia delante.” Sören Kierkegaard

Espero que este blog te entretenga, te inspire, te contagie las ganas de vivir con ilusión, con entusiasmo. Hace diez años yo toqué fondo. Me di cuenta que no me gustaba la vida que estaba viviendo. El proceso había sido lento, muy lento. Los años habían ido pasando y yo había normalizado situaciones que no deberían serlo. No era feliz, aunque me esforzaba y sonreía. Por dentro estaba triste, enfadada, asustada, asqueada, apagada, muerta en vida; pero mi boca callaba lo que mi cuerpo gritaba. Yo solo quería que todo el mundo me quisiese. A mal tiempo ponía buena cara. Tragaba, tragaba hasta que un día explotaba. Seguía siendo, como de pequeña, una mendigadora de cariño; pagaba cualquier precio a cambio de que me amasen y aceptasen.

He tardado años en poder comprender por qué y para qué mi vida era tan complicada, tan difícil, tan costosa. Inevitablemente era necesario. Tuve que volver al pasado. Allí busqué muchas respuestas, pero es aquí, ahora, en este presente tangible, amable, donde encuentro segundas oportunidades para vivir de otra forma más normal y excepcional al mismo tiempo. Hay que mirar atrás para entender, pero hay que mirar hacia delante para vivir. Es como ir conduciendo, es importante lo que pasa detrás, pero más importante es lo que tenemos justo delante de nuestros ojos, esa carretera que nos lleva al destino elegido, y que nos regala numerosos paisajes, más o menos bellos. Sin olvidar lo más importante: con quién queremos viajar.

Es en lo cotidiano, en los pequeños detalles que pasan desapercibidos, en un beso, en un gracias, en un no pasa nada, en un te pido perdón o te perdono, en esas cosas que antaño eran normales, y hoy a veces son invisibles y pasan inadvertidas, donde está la grandeza de la vida. Un paseo por el campo, leer cuentos por la noche a nuestros hijos, hacer un experimento con ellos, felicitar a un amigo por teléfono y oír su voz en vez de hacerlo por wasap, oler una flor, charlar cinco minutos con nuestro vecino en el rellano de la escalera o hacer un bizcocho casero.

Alguien nos vendió la moto de que teníamos que ir rápido, hacer muchas cosas y ser perfectos en cada palo que tocamos. Además, por supuesto, de ser felices y comer perdices. Al parecer el único final de cuento posible. El famoso: ¡Tú puedes! ¡Eres la mejor! ¡Sonríe que la vida es bella! Y claro que la vida es bella, pero no a todas horas. Es natural estar triste a veces. Yo, que también me creí un poco esos cuentos, hoy en cambio prefiero soltar el acelerador, recorrer menos distancia para ir más tranquila. Elijo que menos es más. Acepto que yo sola no siempre puedo, que la unión hace la fuerza, que es mejor todos juntos que a solas. Asumo que no puedo ni quiero ser una madre perfecta, una hija perfecta o una mujer perfecta. Me doy permiso para tener a mal tiempo mala cara, para entender que la excelencia no es siempre sacar un 10, para no ser siempre mi mejor versión, en definitiva, me doy permiso a ser humana e imperfecta cuando esa sea mi mejor opción.

Te felicito si te permites ser normal y/o imperfect@. Te felicito si has soltado el acelerador, si haces menos y disfrutas más, o si te has dado cuenta que la vida no siempre puede ser fácil, cómoda y de color rosa.  Eso te hace grande, humano, excepcional, único, casi un individuo en peligro de extinción. Observo mi vida, la escucho, la cuido. Una vida que de tan normal es especial porque la saboreo y la disfruto.  Hoy en día parece que hiciera falta escalar el Everest, estudiar en Harvard, o estar nominado al premio Nóbel para ser extraordinario. Si no tienes muchos seguidores en IG, si no eres virtuoso, o si no ganas mucho dinero no vales nada, no eres nada. Lamentablemente tanto tienes tanto vales. No importa el cómo y el qué sino el cuánto y cuándo. La inmediatez ha ganado la partida al largo plazo. La sencillez y simplicidad pierden puntos en una sociedad cada vez más exigente y agresiva.