Antes de adentrarme y conocer otras formas de educar mas respetuosas y conscientes, tanto para los hijos como para los padres, yo sin lugar a dudas quería que mis hijas fuesen obedientes y me hicieran caso a ser posible siempre o casi siempre. Hoy en cambio afirmo con rotundidad que no quiero que mis hijas sean obedientes, sino que cooperen y contribuyan, que sean responsables. No me había parado a pensar lo que realmente implica la obediencia. En realidad parece muy cómodo que nuestros hijos cumplan nuestros deseos cada vez que les pedimos algo: vete a la ducha, come, tráeme tu ropa para poner la lavadora, estudia y haz tus deberes ahora, apaga la televisión, deja el móvil, baja la basura, etc. No creo que a nadie le guste que sus hijos hagan lo contrario de lo que les pedimos.
Sin embargo, hay una gran diferencia entre obedecer y cooperar, obedecer o contribuir y tenernos en consideración.
Imagínate que tu hijo pequeño, es muy obediente y cuando llega a la adolescencia sigue siendo muy obediente y se topa con un amigo influyente que le dice: fuma, bebe, puedes copiar en lugar de estudiar, yo le grito a mi padre y me deja tranquilo, etc. Y si, puede haber muchos hijos con juicio y criterio propio bien formado que se nieguen a obedecer a ciegas al líder, pero desgraciadamente el factor grupo ejerce mucha presión en estas edades y hay muchos chavales que harán cualquier cosa para ser aceptados y queridos por sus iguales. Los niños buenos y obedientes con mamá y papá tendrán mas adelante otras figuras de referencia, no siempre con las mejores ideas, y si han sido obedientes y complacientes con padre y madre, también serán complacientes y obedientes con sus amigos.
La obediencia y el “adiestramiento” suele ejercerse con poder. Una figura, el padre o la madre, se pone por encima del hijo para imponer su criterio. Y muchas veces con la mejor intención y sin tener que gritar ni amenazar. Ante la desobediencia suele haber una consecuencia negativa, ya sea en forma de castigo, grito, amenaza o humillación. Por el contrario, cuando nuestros hijos obedecen solemos ponernos muy contentos y les premiamos, abrazamos, tenemos en cuenta y elogiamos. Los niños muchas veces obedecen para complacer. Otras veces por temor. Sí, por miedo a esa consecuencia negativa: te quito el móvil, no quedas con tus amigos, fuera tablet. El sistema de la obediencia requiere de la figura del policía que controla y supervisa si las órdenes se cumplen y acatan o no se cumplen y acatan. Y si el policía no está para hacer su trabajo el niño tampoco hace el suyo.
También puede ejercer poder el amigo influyente. E igual que pasa con sus padres, el niño cuando crece obedece al líder del grupo: o para complacer y pertenecer o por temor a sentirse y quedarse excluido.
En realidad no queremos niños obedientes y complacientes que hagan todo lo que les pedimos hoy, y todo lo que quieran sus amigos mañana. En realidad queremos hijos responsables, con criterio y juicio propio, que sepan decir no cuando quieren decir no, y que sepan decir sí cuando quieran decir si, cooperar, contribuir y tenernos en consideración. Queremos hijos responsables que no nos hagan caso a ciegas, sino que compartan y valoren las normas. Así, cuando no estemos para supervisar, ellos seguirán estudiando, limpiando, recogiendo y teniendo buen criterio.
Un niño excesivamente controlado y supervisado, como era el caso de una de mis hijas, puede instalarse en la rebeldía y decidir que no quiere cooperar. Sin yo saberlo, ambas estábamos situadas en una lucha de poder absurda que lo único que hacía era restarnos energía. Difícilmente mi hija me iba a tener en cuenta. Difícilmente mi hija iba a cooperar y contribuir. Cuando yo cambié todo cambió. Como por arte de magia ella empezó a hacerse responsable. Ella podía elegir entre colaborar o escurrir el bulto. Y como por arte de magia ella eligió ayudar y entender que era parte de esta familia, de este equipo. Que juntas sumamos y llegamos mas lejos. Y en realidad no hay magia. Simplemente un cambio de mirada y de mi forma de educar. Mi otra hija era complaciente, que aunque más cómodo a corto plazo es una pesadilla al largo plazo.
Me llena de ilusión ver como mi hija se preocupa y ocupa por nosotros. Y también por nuestras mascotas. Y como muestra un botón, la nota que el otro día me dejó sobre el sofá. Ya no tengo que recordarle por enésima vez con bufido incluido que ponga comida y agua a los perros y al gato, sino que es ella la que lo hace sin necesidad de recordatorios e incluso me lo recuerda a mí. Y así con todo. Las dinámicas en casa han cambiado. Ahora hay calma y risas, en lugar de peleas y gritos. El cambio no ha sido de la noche al día. Requiere tiempo, conocimiento y entrenamiento. He tenido que desaprender para aprender una nueva forma de educar, mucho más respetuosa con ellas, conmigo y con las situaciones.
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