La firmeza amable es uno de los mejores inventos además de una herramienta estupenda para tener buenas relaciones con todos en general y con nuestros hij@s en particular. La genial idea fue de Alfred Adler, que teorizó y filosofó sobre ello, pero sería un discípulo suyo, Rudolf Dreikurs quien lo tradujo y concretó en un lenguaje mucho más fácil de entender para las personas de a pie. Ambos merecen sendos artículos y fueron pioneros en su época. Poco a poco, en próximos artículos os los iré presentando, sobre todo sus ideas y valores. Os mostraré su filosofía de vida, pura sabiduría y amor en una época muy convulsa y complicada.

La firmeza amable es como ese árbol centenario que sabe de la vida, que ha sobrevivido y sufrido muchos vendavales, muchas tormentas, muchas sequías, que tiene una raíces fuertes y firmes y no cede, no cae. Pero que al mismo tiempo puede covijar y dar abrigo, es amable. Nos cuida, nos protege de las inclemencias como la lluvia o el calor. Un lugar donde podemos estar seguros, tranquilos, un lugar donde nos sentimos bien. Nosotros padres debemos encarnar esa firmeza amable y convertirnos en ese árbol centenario, por el bien de nuestros hijos y por nuestro propio bien, así es como todos nos cuidamos y salimos beneficiados.

Yo no tenía ni idea de quiénes eran ellos hasta que mi hija pequeña casi me vuelve loca cuando cumplió los 10 años. Pero el caldo de cultivo venía cociéndose hacía ya mucho tiempo. Con 2 añitos sabía decir no con contundencia y no dudaba en tirarse al suelo para montar una pataleta. Con la mayor no había tenido este tipo de problemas y me resultaba un poco inquietante. Gracias a Dios la paciencia nunca faltaba en mi trato hacia ella. Fueron pasando los años y lo que al principio parecía algo propio de la edad después fue resultándome incómodo y cansino. Su abuelo la llamaba Doña No. Al cumplir los 10 la situación empezaba a ser muy preocupante y yo estaba desbordada. Mi marido y mi ex eran partidarios de mano dura, castigos y más castigos hasta que aprendiese. Pero la niña cada vez estaba más rebelde y yo sentía que nos distanciábamos. A mí no me valía con castigarla ni gritarla, pero tampoco quería que se saliese siempre con la suya, y no sabía qué hacer; me sentía perdida y desbordada.  Estábamos en guerra ambas necesitábamos ver una bandera blanca o nos íbamos a volver locas. Mi intuición me decía que buscase otra solución diferente a lo que ya conocía y aplicaba porque no me estaba dando muy buen resultado. Así es como llegué a la Disciplina Positiva y buscando el origen de ésta conocí la Psicología Adleriana que cambió mi vida para siempre. Funciona, te lo puedo garantizar.

La firmeza proviene de mis valores, de mi visión del mundo, del sentido común y de las normas. La firmeza surge del respeto hacia mi mism@. Puedo ser firme cuando yo adulto, padre o madre, tengo muy claros mis valores, mis principios, aquello que da sentido a mi vida y que quiero cuidar porque valoro. Son muchas veces las que por no decir que no a nuestros hijos, para que no se enfaden, para que no nos retiren su cariño y afecto o simplemente porque estamos agotados después de una larga jornada cedemos y hacemos cosas con las que no estamos de acuerdo o dejamos de hacer algo que nuestro fuero interno nos dice que sería necesario hacer, como poner un límite o decir que no. De esta forma vamos acumulando puntos para que un día la olla a presión explote. Y más tarde o más temprano explota. El problema ya no es solo nuestro desbordamiento, sino también las conclusiones e interpretaciones que nuestros hijos van elaborando. ¿A qué conclusión puede llegar mi hijo si le dije no a algo que para mí era importante y al final le digo sí? ¿Es muy coherente decirle a grito pelado que estoy hart@ de que me hable sin respeto?

La amabilidad proviene del interés genuino de conectar con los demás, de dar prioridad a la relación antes que al mensaje. Es decir ¿qué es más importante, que recoja su habitación o que tengamos una buena relación y nos llevemos bien?, ¿que llegue puntual o que nos desconectemos? No digo que el orden y la puntualidad no sean valores importantes que quiero transmitir a mis hijas pero antes que nada, por encima de todo, quiero estar conectada y en armonía con ellas. Seguramente si tienes buena relación con tus hijos ellos estarán dispuestos a colaborar contigo, recogiendo su habitación o llegando a la hora que les dijiste. Te tendrán en cuenta y serán considerados cuanto mejor les trates. Piensa por ejemplo que tu jefe o tu pareja te piden algo de forma amable, y ahora piensa si lo hacen de forma despótica y de forma irrespetuosa ¿Tendrás las mismas ganas de colaborar?

La amabilidad proviene del respeto con el que queremos tratar a los demás. Es la forma en la que quiero transmitir mis valores. Surge de esos límites claros y conocidos por todos, padres e hijos, de ese orden mental. Por eso cuando digo NO es NO, y aunque mis hijas insistan yo no me altero y puedo ser amable con ellas. Aunque sigan tirando de la cuerda hasta romperla yo no caigo y me altero. Me mantengo en el mismo lugar, firme, enraizada en mi posición y fiel a mis principios.

Pongamos como ejemplo cualquier día de la vida de nuestros vecinos que gritan mucho, porque nosotros eso nunca lo hacemos…Carmen, la del 2º-B, se acostó anoche gritando a su hijo de 8 años. Estaba muy enfadada porque el niño se estaba portando mal. Ya en la cama no podía conciliar el sueño, pensando que quizás se había pasado un poco/bastante y ahora se sentía fatal. Se había propuesto no volverle a gritar. Desde ese momento contaría hasta 10 y la próxima vez que pasase algo parecido se controlaría. Pero al día siguiente según estaba removiendo el Cola-Cao en el desayuno Pepe volvió a liarla y ella le volvió a tratar muy mal.

Esta situación, habitual en muchas familias, es un baile loco en el que pasamos de un extremo a otro sin saber encontrar un punto medio. La idea fundamental de la firmeza amable es que debe darse al mismo tiempo, es decir, no tengo que ser o amable o firme, sino que puedo ser las dos cosas a la vez: amable y firme. Así encontraremos ese equilibrio que tanto ansiamos y no tendremos que ir del extremo de la rigidez como son los gritos, los castigos a las amenazas al extremo de la flexibilidad como son los premios, el ceder por no discutir o la dulzura extrema. La secuencia suele ser siempre la misma: me desbordo, le grito, me siento mal, y para compensar le trato excesivamente bien haciendo cosas que tampoco proceden como premiarle por cualquier comportamiento normal y deseable. Algunos padres premian a sus hijos por lavarse los dientes, por irse a la cama sin rechistar, por sacar buenas notas, por bajar la basura, por poner la mesa o recoger el friega platos. Acciones todas ellas que siendo normales se convierten en extraordinarias y susceptibles de encumbrarles. Pero, ¿por qué pasa esto? ¿Por qué pasamos de volvernos locos a ser dulces y razonables en cuestión de segundos? ¿Por qué podemos llegar a parecernos, más o menos, dependiendo de cada caso, al Dr. Jeckyll y a Mr. Hyde? Esto ocurre porque o bien hemos perdido de vista nuestros valores o bien no los tenemos claros, ni nostr@s ni nuestros hij@s. No somos amables ni tratamos con respeto a los demás, y por eso gritamos o nos enfadamos, cuando se violan nuestros principios, esos valores de los que te estoy hablando todo el rato. Merece la pena cuidarme y cuidar a los demás, cuidarnos todos por igual.

La firmeza amable es la base de la educación democrática, que está entre medias de un sistema excesivamente autoritario o un sistema excesivamente permisivo o incluso negligente. En la educación democrática el respeto debe ser mutuo, esto es, del adulto hacia el niño y del niño hacia el adulto. Porque si el respeto no es mutuo, entonces no es respeto. La firmeza amable se puede aplicar si creemos en el principio de igualdad, por el cual ni yo soy más importante que nadie, ni nadie es más importante que yo. Todos somos iguales, todos tenemos el mismo valor como personas.  Lo que no está reñido con la idea de que al tener más experiencia de la vida por edad y madurez yo madre o padre pueda y esté llamado a liderar la vida de mis hijos, pero no abusando de mi posición. Así, en lugar de autoridad utilizamos liderazgo y en vez de poder prefiero usar influencia.