A veces nos pasa que estamos tan apegados a nuestras expectativas, al resultado, que perdemos de vista lo que de verdad importa: el proceso, el camino que andamos hasta llegar a nuestra meta, a nuestro objetivo. Y es que ese proceso, ese camino que recorremos hasta llegar al resultado ya es en sí un regalo, una ilusión, una fuente de alegría.

 

Si relacionamos esta idea de disfrutar del proceso con la educación de nuestros hijos, en ese recorrer y devenir el camino de la vida podemos elegir conectar o desconectar con ellos. Depende de nosotros, que somos los adultos, decidir qué queremos hacer: si aferrarnos al resultado, que muchas veces además es una expectativa alta, o si aprovechar su proceso de aprendizaje como una excusa para conectar con ellos, para amarles de forma incondicional, para criarles y acompañarles en su desarrollo y crecimiento de una forma amable.

 

A lo mejor no sabes a qué me refiero. Te cuento. Queremos que nuestro hijo de 5 años se porte bien, que nuestro hijo de segundo de bachillerato saque buena nota en la EVAU para que estudie una buena carrera universitaria, que mi hija adolescente (con la edad que ya tiene) no me grite y se controle en pleno ataque de nervios, que mis hijos tengan la habitación ordenada, hagan sus deberes sin rechistar, se duchen al instante de pedírselo, etc. Y yo me pregunto: ¿Me comporto yo siempre bien con la edad que tengo? ¿Realmente mi hijo quiere estudiar una carrera universitaria, y lo que para mí es una buena carrera universitaria lo es para él o ella? ¿Me controlo yo cuando pierdo los nervios y por eso nunca grito? ¿Lo que para mí es desorden para ellos podría ser orden? ¿Cuándo yo tengo que hacer algo por obligación lo hago siempre feliz y sin rechistar? ¿Si mi pareja me pidiese que me duchase me parecería normal y lo haría al instante? Y es que estamos tan obsesionados con que nuestros hijos se porten bien y nos hagan siempre caso, aunque tengan 5 años; que estudien una carrera para que se ganen bien la vida; que se controlen ante una situación estresante;  que tengan su habitación ordenada siempre, que hagan sus deberes antes que nada, que nos obedezcan al instante como por ejemplo cuando les pedimos que se duchen;  que nos olvidamos que todo resultado requiere un proceso, requiere dar unos pasos y lo que es mas importante, requiere conexión y tiempo.

 

Cuando hablo de disfrutar del proceso no puedo evitar acordarme de mi infancia. Un día me regalaron un gusano de seda. ¡Madre mía, qué emoción, qué felicidad! Al instante ya estaba preguntándome si mamá tendría una caja de zapatos para guardarle y hacerle su casita. Me había fijado cómo mis amigos hacían unos agujeros a las cajas para que sus gusanos pudiesen respirar. Le pediría a papá un destornillador y yo misma haría los agujeros. Iría a coger hojas de morera para darle de comer. ¡Que aventura! Me quedaba ensimismada viendo cómo mi gusano daba mordisquitos a las hojas verdes. Me sorprendía ver a la velocidad que desaparecían. Me hacía cosquillitas cuando lo ponía en mi mano y recorría el brazo. Me partía de risa. Lo volvía a dejar en la caja. Lo volvía a sacar. Lo cogía, lo dejaba, lo cogía, y lo volvía a dejar. ¡Que locura! Ahora que lo pienso, el pobre gusano debía estar agotado, pero entonces era niña y no pensaba tanto las cosas, solo disfrutaba del momento. Y después, pasados unos días el gusano empezaba a tejer un capullo de seda, de color anaranjado y desaparecía. – ¡Mamá, el gusano se ha escapado, no está en la caja! Gritaba mientras lloraba a moco tendido hasta que mi madre me explicaba que no se había escapado, que se había quedado dentro del capullo, y que en unos días se convertiría en una mariposa y saldría volando. Tocaba el capullo con la yema de mi dedo y estaba suave. Yo no entendía nada. Me lo creía porque si mamá lo decía era verdad. Y efectivamente, al cabo de unos días había revoloteando por la caja una polilla blanca que a mi me parecía preciosa. Ahí está la grandeza del proceso, el disfrute de acompañar a mi gusano de seda desde que me lo regalaban hasta que se convertía en mariposa. Yo no tenía ninguna expectativa, no pensaba en ningún resultado. Lo que yo quería era cuidar de mi gusano y jugar con él, estar con él, reír con él y pasármelo bien con él.

 

Pues eso, espero que recuperes esa mirada infantil y disfrutes de tus hijos desde que nacen hasta que vuelen fuera de casa. Baja tus expectativas, deja de soñar con un resultado perfecto y disfruta de la vida en su compañía.